Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1706
Legislatura: 1901-1902 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 14 de febrero de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 119, 3460-3461
Tema: Reforma del Concordato y discusión del embajador de España en el Vaticano

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): En esta especie de batuda a que el Sr. Nocedal ha querido someter a los Ministros, me había olvidado del puesto que me correspondía.

El Sr. Nocedal, a quien conozco de antiguo, el Sr. Nocedal es enemigo del Parlamento, enemigo declarado, enemigo recalcitrante, aunque no lo parece por los esfuerzos que ha hecho siempre y que ha hecho ahora por venir a él, y por la mucha parte que quiere tomar en sus deliberaciones; pero, en fin, el Sr. Nocedal, por propia declaración, es enemigo del Parlamento, y yo declaro, que enemigo y todo del Parlamento, es un Diputado muy celoso. Lo que hay es que no convengo con él en suponerle el más celoso de todos los Diputados; eso no. Su señoría no es más celoso que todos los demás representantes del país.

Y digo esto, porque el Sr. Nocedal, que ha estado fuera del Parlamento mucho tiempo, al llegar a él plantea cuestiones que no han suscitado los demás representantes del país, como para decir: "aquí estoy yo, que vengo a proponer asuntos importantes que otros representantes del país no han suscitado, y que si no hubiera venido yo, no se hubieran promovido". En esto está S. S. equivocado. Hay cuestiones importantes indicadas en las preguntas que S. S. ha hecho, referentes a mi persona, cuestiones importantes que no han tocado los demás Sres. Diputados, no porque no sean tan celosos como S. S., sino porque han tenido una consideración que S. S. no ha [3460] querido guardar, pretendiendo saber cosas que es imposible que yo le diga.

El Sr. Nocedal quiere saber todo el pensamiento del gobierno en la cuestión del Concordato, en las modificaciones que pide al Padre Santo, y quiere saber lo que está discutiendo el Gobierno con la curia romana. Pues eso no se lo puedo decir a S. S.; y como todos los representantes del país saben que no se les puede contestar a ello, por eso, y no por otra cosa, han dejado de hacer la pregunta y de tener las pretensiones que S. S. tiene.

¿A dónde iríamos a parar si aquí hubiésemos de discutir asuntos que son hoy objeto de discusión, de controversia y de negociación con otras potencias? ¿Cómo habíamos de discutir hoy aquí lo que está discutiendo España con Roma?

Su señoría, sin embargo, se ha referido a ciertas declaraciones mías que ha tenido buen cuidado de unir con no sé qué noticias que le ha dado su corresponsal en Roma. Yo declaré a los Prelados que lo que ellos deseaban saber de mí, estábamos entonces en negociaciones con Roma para decírselo al Papa. Esto es verdad, absolutamente verdad. ¿Le dijo a S. S. otra cosa el corresponsal? Pues estuvo mal informado el corresponsal de S. S.

Y los mismos Prelados, que me parece han de tener más interés que S. S. en estas cuestiones de la Iglesia, los mismos Prelados, y eso que no se hallaban las cosas tan adelantadas como hoy, sabiendo que estábamos ya en principio de negociación con Roma sobre esos asuntos, tuvieron la moderación de apenas tratar de ellos en el Senado, y se limitaron casi exclusivamente, a pedir al Gobierno ciertas declaraciones y a recomendarle ciertas soluciones.

Sería bueno por tanto que S. S. así, oficiando también de Obispo me hubiera pedido o me hubiera recomendado ciertas soluciones; probablemente yo no las hubiera atendido; pero, en fin, en su derecho estaba S. S. haciéndolo, y en mi deber y en mi derecho estaría yo atendiéndolas o no atendiéndolas, probablemente no atendiéndolas. Pero, es que S. S. va más allá que los Prelados; los Sres. Obispos no pretendieron lo que S. S. pretende en esta tarde, ni mucho menos, y se marcharon muy tranquilos, y no han vuelto (Risas); lo cual prueba que la cosa no urgirá tanto, porque no dejan de ser diligentes cuando creen que algo de la Iglesia está en peligro; y cuando no han vuelto ni piensan, que yo sepa por ahora volver, pues puede S. S. estar tranquilo, tan tranquilo por lo menos, como los Sres. Obispos; no le pido a S. S. más; ya ve S. S. que no es mucho pedir.

Por lo demás, ha querido S. S. saber no sé qué cosas, para de ello deducir si el Sr. Pidal ha dimitido o ha sido dimitido. Yo no sé si ha dimitido o ha sido dimitido. (Rumores y risas). Lo único que sé es que no estando conforme con el proyecto de variación del Concordato que el Gobierno le envió, el Sr. Pidal presentó la dimisión y el Gobierno se la admitió. ¿Es que se llama a eso dimisión sencilla? ¿Es eso propiamente presentar la dimisión? Yo creo que sí. ¿Es que por habérsele mandado por el Gobierno el plan o proyecto de variación del Concordato era eso pedirle la dimisión? Yo creo que no. Se le mandó el proyecto porque no había más remedio para entablar las negociaciones; con la circunstancia de que el Gobierno español creyó que las negociaciones debían llevarse en Madrid, y no por desconfianza respecto de su representante en Roma, sino por la experiencia de lo que ocurrió con el Concordato que todavía rige. El Sr. Nocedal, muy entendido en estas cosas y muy dado a su estudio, sabe que mientras se llevaron las negociaciones en Roma, pasaron cinco años sin adelantar un paso, y cuando las negociaciones se trasladaron a Madrid, en unos cuantos meses quedó concluido el Concordato, lo cual parece demostrar que estas cosas se hacen mejor en Madrid que en Roma, y por eso quise que las negociaciones se siguieran en Madrid; pero cuando vi que Roma se oponía resueltamente a ello habiendo de seguirse allí, no tuve más remedio que valerme de nuestro embajador. Le mandé el proyecto de variación que no le pareció bien, por ser contrario a sus convicciones, como creo que sería contrario a las convicciones del Sr. Nocedal (porque sentiría que le pareciera bien), y en vista de eso presentó la dimisión. Ahora S. S. sabrá si eso es dimitir o ser dimitido. La cosa no tiene importancia.

No sé si el Sr. Nocedal tendrá bastante con las explicaciones que he dado a sus preguntas; pero me ha de hacer el favor de considerar que son preguntas difíciles de contestar, y que me parece que he contestado todo lo que sin comprometer nada para el porvenir podía yo contestar. Si quiere S. S. más, me será difícil darle gusto, y lo siento de veras porque una de las cosas que más desearía, Sr. Nocedal, sería debatir con S. S. este punto. Muchas veces hemos debatido S. S. y yo, y en ello he tenido siempre mucho gusto, pero sobre todo en esta cuestión lo tendría inmenso porque nuestras posiciones están tan definidas que, habiendo tan grandes diferencias, el debate entre S. S. y yo tendría, para mí por lo menos, aparte los mayores medios parlamentarios de S. S. en este debate, comprenderá que no puedo darle más explicaciones.

Le pido, por consiguiente, que me dispense si no le satisfacen las que acabo de darle y que ha oído la Cámara. (Muy bien.)



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